PATROCINADORES MES DE JULIO

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jueves, 29 de abril de 2010

DIOS LLAMA, ¿TÚ LE RESPONDES?


Uno de los santos patronos especiales de las vocaciones religiosas y sacerdotales es San José, el fiel esposo de la Bienaventurada Virgen María y padre adoptivo de Jesucristo. La razón para ello viene de su principal vocación en la vida, la cual era guardar y proteger a la Virgen de las Vírgenes y al Eterno Sumo Sacerdote.

¿Qué es una vocación? La palabra se deriva del latín vocare, llamar, por lo que una vocación es una llamada. En general, todo mundo tiene una vocación, una llamada, pues Dios les da a todos talentos y habilidades particulares para proveer a las diferentes necesidades del Cuerpo Místico de Cristo. Para muchos, su llamada es al estado de matrimonio: ser buenos esposos y esposas, ser buenos padres y madres, criando a sus niños en el temor del Señor. La palabra vocación, sin embargo, se utiliza por lo común cuando se habla de una persona escogida por Dios para ser religioso o sacerdote.

¿Cómo sabe uno si se es llamado o no al sacerdocio o al estado religioso? Algunas veces los jóvenes se preocupan sobre su vocación; se preguntan cómo pueden saber si están llamados. Cada persona debe resolver el problema por sí misma.
Un pensamiento erróneo de los jóvenes es pensar que si Dios los está llamando a su servicio, se le manifestará de manera extraordinaria. Pero no deben ellos esperar que un ángel se los diga. Esta no es ciertamente la manera usual en que se dan las vocaciones. La llamada de Dios puede ser una voz interior, puede ser una cierta atrac-ción espiritual por la vida religiosa o el sacerdocio, o puede ser un susurro apenas au-dible que se escucha ocasionalmente de Dios: “Ven, sígueme”.
La disposición más importante que deben tener nuestros jóvenes es el simple deseo de hacer la Voluntad de Dios. Si nuestros jóvenes tienen esta actitud de conformidad a la voluntad de Dios, encontrarán la vocación a la cual Dios les ha llamado en la vida.
El lugar principal para el fomento de las vocaciones es el hogar católico, el lugar donde los padres crían a sus hijos con un amor a Dios y su preciosa fe católica, donde los miembros de la familia frecuentan los sacramentos, y donde prevalece un espíritu de humildad, obediencia, amor entre sí, y la disciplina. Las vocaciones se fomentan a temprana edad cuando los padres enseñan a sus hijos, por palabra y ejemplo, un espí-ritu de generosidad y autosacrificio.
Los padres católicos deberían recordar que mayor bendición no puede venir sobre su familia que el recibir la llamada a uno de sus hijos a la vida religiosa o al sacerdocio.
En nuestros propios tiempos, cuando hay tanta necesidad de sacerdotes y religiosos para llevar a cabo la misión de la Iglesia, debemos trabajar para incrementar las vocaciones. Pero, ¿cómo puede lograrse esto? La respuesta se encuentra en el Evan-gelio de San Mateo:
“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio... Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 35-38).

Hoy se necesitan misioneros. Hombres y mujeres enamorados de Cristo. Con una sed infinita en los ojos y en el corazón. Con el solo deseo de gastarse por la Iglesia en beneficio de nuestros hermanos los hombres. Para curar heridas del alma y del cuerpo. Para llevar la Palabra de Dios a todos los sedientos de la Verdad. ¡Señor, danos muchos y santos sacerdotes!
Y un camino concreto para llevar a cabo esa misión, por la que Dios sigue llamando, es el Carmelo. Todo carmelita reconoce que el carisma del Carmelo, la historia y la espiritualidad de la Orden han tocado profundamente su corazón y lo transforman, po-co a poco, según la voluntad de Dios.
Entrar en la experiencia de vida carmelita significa adentrarse en una historia de larga experiencia humana, espiritual, eclesial y apostólica probada por el tiempo y vivi-da por muchos hombres y mujeres que han respondido a la misma vocación con fideli-dad y creatividad.
Todos los carmelitas reciben y comparten con sus hermanos un único carisma común: “Vivir en obsequio de Jesucristo en actitud contemplativa, que plasma y sos-tiene la vida de oración, de fraternidad y de servicio”.
Todos hacen, por tanto, la misma profesión religiosa, estén ordenados o no, y todos sirven a la misma causa: el Reino de Dios.
Tú, joven, puedes estar también llamado a encarnar esta misión carmelita, como religioso/a, sacerdote. No tengas miedo que el Señor y los hermanos te ayudan.

¡NO LO DUDES! DIOS SIGUE LLAMANDO Y EN SU PLAN DE AMOR HAY UN SITIO PARA TI. ¿QUÉ VAS A RESPONDER?

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