La Virgen volvía a echarse a las calles de Sevilla, esas calles que huelen a María, porque con frecuencia la Virgen las pasea. Un pueblo enardecido, al frente del cual se hallaban las primeras autoridades de la provincia y de la región, le esperaban anhelante en la calle. Allí, en la puerta, el Señor Cardenal, revestido de pontificial, en uno de los Cabildos catedralicio, la esperaban. A continuación y con la catedral más grande de España repleta de fieles, volvió a oirse la palabra cálida y mariana de un Cardenal enamorado de María. La capilla Isidoriana del Seminario interpretó varios cánticos en honor a la Virgen del Carmen.
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